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Fiesta del Sagrado Corazón (Macizo Oriental)* |
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2) La Fiesta del Sagrado Corazón
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 En el Collao San Carlos confluyen todas las rutas elegidas para las distintas aproximaciones a la montaña. La subida a la cumbre, pues, se puebla de visitantes y vecinos de los pueblos cántabros del entorno. Los lebaniegos de Tresviso acuden uniformados con una destacada camiseta diseñada para la ocasión.
La mayoría de la gente se concentra en la cresta de la montaña. Otros se dirigen a un marcado camino que faldea en suave ascenso por sus laderas, en dirección a una falsa collada en la que se difumina el sendero. Aquí se entra en la vaguada que remonta directa hasta la cumbre. En las dos fotografías que acompañan este apartado se muestran dos momentos de la subida por el canto de la montaña. En la ampliación puede verse el Collao San Carlos y el solitario Pico Mancondíu. Al fondo, tras la Sierra costera del Cuera, una fila de nubes perfila los contornos del Mar Cantábrico.
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 La subida por el canto de la montaña es la más segura cuando las nubes envuelven las faldas de la montaña. También es recomendable en los días del verano en que el sol del mediodía aprieta con fuerza. Las protegidas laderas se convierten entonces en un horno. Ha de seguirse el ejemplo de los animales que suben a crestas y colladas para aprovechar las más frescas brisas de la montaña.
El canto culmina en una antecima de la montaña, que se convierte ahora en improvisada atalaya para sacar una foto de conjunto de la cumbre del San Carlos. La gente va tomando posiciones en las laderas cimeras de la montaña, ahogando con su fervor la figura del Sagrado Corazón; diminuta imagen apostada en su pedestal que logra destacarse por las puntas de lanza de las banderas que lo escoltan.
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 La figura del Sagrado Corazón fue entronizada en la cima del Pico San Carlos en 1.900, en tiempos de la explotación minera del macizo. Abrasada por los rayos hubo de ser sustituida por la imagen actual en el año 1.995, presidiendo ya la fiesta de aquel año.
En el año 2.000 se celebró el centenario de la entronización del Sagrado Corazón. La víspera de la Fiesta, la figura fue cubierta con una túnica blanca, que la arropó durante la estrellada noche. Este año se prescindió de la túnica, pero no se olvidaron las flores que engalanan su pedestal. El Sagrado Corazón pasa a ser arropado por los mantos de las tres banderas que ondean al viento, escoltando su reinado e identificando la simbología del territorio que le rinde tributo.
Los lebaniegos extienden sus manos para tocar la esculpida túnica del Sagrado Corazón, con la confianza de ver satisfechas sus peticiones.
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 Tomada la foto de conjunto desde la antecima del San Carlos, nos vemos ahora ahogados entre el gentío que se agolpa en las laderas de la cumbre. Se hace difícil avanzar por entre la gente para honrar al Sagrado Corazón. Queda sin embargo un estrecho pasillo por el contorno de la cima, pasillo de seguridad entre la tumbada ladera y las verticales paredes que rompen sobre la Collada Juanfría.
En la foto ampliada, en el extremo superior izquierdo, las paredes de la Rasa del Inagotable aún reguardan algún pequeño nevero. La cresta baja hasta el Castillo del Grajal, empastado con el cordal del fondo que se extiende desde el Pico de Valdominguero hasta el Pico Deboru.
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 El paisanaje forma parte importante de la fiesta. Aunque las tradiciones se van perdiendo, aún sube gente que intenta mantener esos ancestrales modos de vestir cada vez más en desuso. Llaman la atención las madreñas, que parece un calzado incómodo para caminar por el monte, pero que antiguamente -cuentan- eran muchos los lugareños que lo utilizaban para desplazarse por sendas y caminos. Suena la gaita mejor que en el valle, con la insuperable resonancia de las calcáreas torres de la alta montaña lebaniega; una sonoridad también visual, pues el vestir acompaña sus tradicionales notas.
Nos es familiar esta pareja de lebaniegos, que creemos tropezar en cada exaltación popular en la comarca. Su peculiaridad no pasa desapercibida, y aún recordamos cuando tocaban gaita y tambor en la Ermita de la Virgen de la Luz (Peña Sagra), en el frío mes de abril en que la Santuca iniciaba su peregrinar por los valles que la tienen por Patrona.
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 La Eucaristía es el centro de la Fiesta, no obstante ésta se celebra en honor al Sagrado Corazón. Este año el sacerdote ha tenido que disculpar la ausencia del Obispo de Cantabria, presente en la Fiesta del centenario.
Básicamente, jóvenes y mayores se levantan muy temprano, afrontan unas horas de marcha por la montaña para tocar la túnica del Sagrado Corazón y asistir a la misa en Su honor. Terminada la misa, la gente se irá retirando, unos de vuelta a sus casas, otros a comer y bailar en Las Vegas de Ándara, o simplemente a comer si se desvían por la Canal de San Carlos. Es pues una fiesta de manifiesta, como puso de manifiesto el sacerdote en la Celebración, el fervor religioso de los lebaniegos.
Los coros acompañan el desarrollo de la misa, con alegres cánticos, en armonía con el carácter festivo de la celebración.
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 Entre las Autoridades que asisten a la Fiesta del Sagrado Corazón, no ha faltado este año el Presidente de Cantabria, que ha tenido que calzarse sus botas de montaña como un peregrino más.
Una última visita al Sagrado Corazón, antes de reemprender el regreso al valle. Aprovechamos los últimos instantes, antes de que le retiren la flores y recojan las banderas. Durante otros cinco años volverá a reinar en soledad, bajo la mirada complaciente de la Morra de Lechugales, Silla Caballo y las Picas y el Pico del Jierro, máximas cotas del Macizo de Ándara. Esporádicamente subirá algún montañero a rendirle el tributo de su esfuerzo, viéndose recompensado con una inabarcable panorámica sobre los valles de la Comarca lebaniega.
La Fiesta del Sagrado Corazón no deja de ser una excusa para volver a esta montaña, que presenta aproximaciones bastante asequibles por la vertiente asturiana.
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