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Imágenes de una vida en la montaña (XXII)* |
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La vaca es un animal paciente. Llega con prontitud a los puertos. El corte de las primeras hierbas primaverales no es profundo, pues el redondeado morro de las vacas está adaptado a la pervivencia del pasto. Luego se oyen los tintineos de los sutiles cascabeles de las ovejas. De morro puntiagudo, inciden más profundamente en la capa vegetal. La cabra... Bueno, la cabra va a su bola. Está siempre empericotada el los riscos. Parece que se alimenta sólo de pinchos y escayos. Pero, en realidad, es un gourmet. Busca entre los resquicios de la caliza, los más sabrosos tapinos de nutritiva hierba de altura. Y, a continuación, vienen los caballos, auténticas máquinas de esquilmado. Incluso se prohíbe en ciertos puertos el pasto de los caballos. ¿Tan malos son? No hay que olvidar la leyenda que aseguraba que por donde pasaba el caballo de Atila (Rey de los Hunos) no volvía a crecer la hierba. Y las leyendas siempre esconden algo de veracidad, aunque en ellas lo real se mezcla con lo irreal.
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Aunque no esté muy acostumbrado a la carne de caballo, es tan buen recurso como la de vaca. Los caballos han servido como medio de tracción animal. Este recurso va quedando en una modalidad lúdica. Han participado en las grandes guerras de la humanidad, como un elemento indispensable para la victoria. Si hasta se cuenta la guerra que ganó un enorme caballo de madera. Mientras no nos hagamos vegetarianos, volvamos a la tracción más acorde con el medio ambiente o, por desgracia, los hombres sigan muriendo en las guerras, tendremos necesidad de los caballos.
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¿Son malos los caballos? Quizás los malos sean los hombres. Se están promoviendo terapias para que los discapacitados, fundamentalmente psíquicos, logren una mayor calidad de vida. Algo que los caballos consiguen, mientras los hombres descuidamos a nuestros ´potrinos´.
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Los caballos se han ganado su sustento. Así lo reconocieron los romanos cuando hace más de dos mil años, combatieron contra una raza indómita de astures de cuatro patas que se denominó: asturcones. No ganaron la batalla, pero sí la guerra por su libertad.
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