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Rutas por los Picos de Europa

Imágenes de una vida en la montaña (III)

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Los Picos de Europa son un ecosistema humanizado; es más, su actual fisonomía ha sido modelada a través de los siglos por la mano del hombre. Pero han de ponerse los puntos sobre las ´íes´ y hacer examen de conciencia. Toda actuación sobre un ecosistema altera las relaciones que lo conforman y el objetivo, más si cabe cuando queremos preservar ese espacio bajo la figura de un Parque Nacional, es el de minimizar y, si es posible, anular ese posible impacto.
  La alta montaña siempre ha atraído al hombre: morada de dioses o el desafío de lo imposible, la última frontera o los últimos territorios inexplorados.
Valiéndose de todos los medios a su alcance fue venciendo todos lo mitos y conquistando todas las cumbres. Era la lucha del hombre y su inteligencia contra las últimas fronteras de la naturaleza. Lucha que ya en el siglo XIX se fue tornando desigual. Vencidos los techos de la tierra y las más difíciles paredes, la relación del montañero con la montaña va evolucionando tratando de recuperar ese equilibrio entre hombre y naturaleza. El cómo por encima del dónde, el ´alpinismo de renuncia´ que enunciaría R. Messner, que reconociendo la superioridad tecnológica del hombre sobre la naturaleza, la proscriben en la lucha individual del hombre con la montaña.
  En definitiva se trata de preservar la alta montaña como ecosistema inalterado, en la medida en que es esa dimensión de virginidad la que ha dado vida a la pasión por las montañas. Si el montañismo es una actividad tradicional, y más de dos siglos de existencia la avalan - tomando como punto de arranque en la conquista del Mont Blanc-, el Parque Nacional ha de garantizar su supervivencia. Mas no es la construcción, conservación y mejora de los refugios de montaña, ni la eliminación de barreras naturales mediante ferratas, cuerdas fijas y voladuras en las peñas, ni la proliferación de paneles, postes indicativos y marcas de pintura, no es en suma, este tipo de actuaciones derivadas del montañismo popular, heredero del turismo de montaña que irrumpió en los Alpes ya en el siglo XIX, las que el Parque Nacional ha de consagrar, sino un retorno al estado virginal de aquellos espacios de montaña tradicionalmente vedados al hombre por el miedo a lo desconocido y por la inexpugnabilidad de sus líneas. Una mirada a la moderna evolución del montañismo que propugna el filtro del esfuerzo físico y la escalada limpia. Una toma de conciencia que el montañismo se degrada cuando trata de adaptar la montaña para suplir sus carencias y las exigencias de una sociedad acomodada. Un guiño al impulsor de nuestra red de Parques Nacionales que aún veía lejanos los tiempos en que su querido Naranjo de Bulnes se viera adulterado por la piqueta civilizadora. El Marqués ya no pudo conocer el Cervino de E. Whymper como las actuales generaciones ya no pueden disfrutar del Naranjo de D. Pedro Pidal.
El montañero ha de hacer dejación de las potestades que se ha atribuido, pues ha entrado en una dinámica irresponsable de amparar, bajo el pretexto de la seguridad, una política de urbanización de la montaña, ajena a los asentamientos tradicionales. Una política que se alimenta a sí misma, entrando en una espiral sin retorno que provoca la creación de nuevos refugios y la consolidación de los existentes con una ampliación de la oferta de servicios que no tiene fin. Una política que engloba un conjunto de actuaciones destinadas a favorecer el acceso a esos refugios y a las montañas del entorno que no es sino, una descarada forma de adulterar la montaña, encubriendo y suprimiendo todos los condicionantes intrínsecos de la alta montaña y, por tanto, violando la virginidad primigenia que ha dado origen a esa ´llamada de las montañas´. Una degradación del significado de la montaña que, por fuerza, ha de afectar al colectivo a ella ligado, al punto de llevarle a una distorsión tal de su naturaleza que lleva a la desaparición del montañismo como tal. Una actividad que siempre estuvo ligado a unas reglas del juego, reales y polémicas, aunque no escritas, pero en todo caso incompatibles con la conversión de la montaña en un campo de juego urbanizado y acondicionado al nivel de exigencia de una sociedad acomodada. el montañismo popular, heredero del turismo de montaña, se ha hecho con las riendas de la situación y ha favorecido la deriva del montañismo tradicional en un deporte de fin de semana que ha de garantizar la cumbre, a cualquier precio. Una democratización falsa de la montaña entendida como falso progreso que no hace sino rebajar el nivel de exigencia y de compromiso, creando unas nuevas reglas del juego, impuestas por el egoísmo individual y la comodidad, y que vulneran las reglas que la propia montaña impone y que, en esencia, son las que han definido el montañismo como actividad en constante evolución, que lo único que busca es el desafío de lo imposible, el ir más allá de los propios límites. Es el hombre el que ha adaptar su cuerpo y mente a las dificultades que le ofrece la montaña, y no la montaña la que ha de adaptar su inerme orografía a las capacidades del hombre.
Al decir que los Picos de Europa son un paisaje modelado por la mano del hombre, un ecosistema de pastizal ligado al pastoreo tradicional, se entiende que en esta relación del hombre con el medio no se incluye la nueva irrupción del montañismo popular. Los caminos son los caminos abiertos por los vecinos del entorno y sus rebaños; los asentamientos tradicionales son las majadas y su peculiar tipología, no lo refugios de montaña; más arriba, en el mundo de los riscos y glaciares, la nada, una naturaleza vírgen donde se recluyen las últimas especies animales, un espacio en blanco en los mapas anteriores a la exploración de las montañas, que se pretende llenar de balizas y manchurrones; y, al final, la montaña, en cuyas paredes se han escrito las páginas más gloriosas del montañismo y que tratamos de borrar con fierros y ferratas.
  Los caminos, son pues los caminos de los patores, no siendo lícito volar la peña o instalar cuerdas fijas y ferratas para llevar el turismo a la alta montaña (adulterar la montaña en aras de una finalidad meramente lúdica). Son aquellos caminos los que se han de conservar, acosados por el desuso y la maleza por transcurrir por la baja y media montaña.
  El montañero sólo puede resguardarse en la montaña en los accidentes naturales, cuevas y parés o en los asentamientos tradicionales ( con el beneplácito de sus propietarios). O en último caso, recurriendo a las tiendas de campaña o vivacs que han sustentado la actividad de los montañeros en la alta montaña (con las limitaciones que pueda imponer el Parque para evitar los efectos perjudiciales de una actividad cada vez más concentrada y masificada).
Los refugios, en principio, deben eliminarse. No se vinculan a la historia del montañismo, sino que van a remolque. Nacen ligados a una incipiente masificación de las cumbres.
  Plantean, no obstante, alguna problemática particular. Es interesante el debate sobre la necesidad de los refugios-vivac, apenas una caja de madera de escasa capacidad para su uso exclusivo en caso de necesidad. Tampoco estaría de más considerar la posibilidad de habilitar las viejas cabañas para uso de turistas y montañeros. Bastaría aceptar un cambio de afectación de este tipo de construcciones tradicionales, con los posibles efectos beneficiosos para intentar frenar la crisis del pastoreo tradicional. La soledad en la majada no deja de ser uno de los factores que empujan dicho retroceso. Un ejemplo de este tipo de refugio lo encontramos en La Terenosa. A la misma finalidad estaba afectada una cabaña de la Majada de Amuesa. Pero dejó de ser interesante su conservación cuando el turismo de montaña encontró mejor acomodo en el refugio del Jou de Los Cabrones, que dejaba cumbres como Cerredo, techo de los Picos, al alcance de la mano.
  Refugios como los de Ario y Vegarredonda no se justifican. Se desvinculan de la tipología tradicional de las majadas en que se integran, ofreciendo a los esporádicos clientes unos servicios que se han negado a los mismos pastores que han de pasar en la majada todo el verano. Incluso en las grandes ciudades las construcciones están sometidas a una estricta regulación.
  Urriellu, Cabrones y Collao Jermoso son el triste ejemplo del montañismo popular. La urbanización llevada al corazón de la montaña. Las montañas cimeras de los Picos de Europa al alcance del acomodado submundo urbano. La pretensión de consolidar la urbanización de las montañas amparándose en una declaración de actividad tradicional que, si bien es predicable del montañismo, no debe amparar actuaciones que son contrarias a su tradición y esencia, y están más ligadas a lo que en su día nació como turismo de montaña. El montañero conquistaba las cimas imposibles, y el turista se iba extendiéndose por aquellas montañas ya conquistadas que se iban acondicionado para su fácil consumo.
  Los refugios son la última rampa de lanzamiento sobre las indefensas montañas, el mundo virginal de la roca desnuda. Una mole de roca que el hombre ha de vencer con sus propias fuerzas. No se puede garantizar la seguridad llenando las cumbres de clavijas y ferratas. La reequipación tiene un límite, cual es la historicidad de la vía que se pretende acondicionar. Los seguros emplazados por los aperturistas son las reglas del juego que montaña y hombre han acordado. Sistemas de seguro de poner y quitar es un complemento legítimo para grantizar la seguridad individual y atenuar el compromiso que la montaña impone. Pero ir más allá es acabar convirtiendo al montaña en una gran escuela de escalada, un parque de atracciones, que terminará con la instalación de ferratas en todas las cumbres. ¿Cómo garantizar sino una cumbre de dificultad como el Naranjo, a montañeros o turistas que son incapaces de subir por sí solos una sencilla escalada de los grados inferiores de la tabla como TorreCerredo? ¿Y si esos mismos montañeros y turistas empiezan a ver que la dificultad puede ser vencida con la tecnología y se empeñan en subir la Oeste del Naranjo? ¿O mismamente, si soy yo mismo el que reclamo mi derecho a subir esa pared, consciente de mi falta de nivel, pero con un buen compañero y kilos y kilos de material? Porque hemos convertido al montaña en un elemento más de consumo de las sociedades modernas, que pretendemos adaptar a nuestras carencias. Un ansia consumista que sólo se ve satisfecha cuando ¿conquista?, a cualquier precio, aquellas montañas que nosotros mismos hemos mitificado; una sociedad que, con la idea de emular a las grandes figuras del montañismo, no hace otra cosa que desprestigiar su legado y humillar los inermes mitos pétreos que la leyenda de esos hombres ha forjado.
El verdadero conflicto entre progreso y conservación no está, pues, en empeñarse en un modelo acomodado y degradado de montañismo, sino en intentar conservar el modo de vida tradicional que ha modelado este ecosistema, buscando soluciones que frenen el desarraigo de las gentes de la montaña. Entrar en un debate serio sobre accesos a las majadas (accesos por supuesto restringidos que no han de servir a los montañeros para buscar nuevas vías de fácil entrada a la montaña como las pistas de Pandébano, Pandecarmen, Vegabaño, Áliva, etc.) y acondicionamiento de las cabañas con placas solares y agua corriente. Una negociación que ha de buscar puntos de encuentro y cesiones por parte y parte. Cesiones que han de ir acompañadas de las oportunas políticas que aminoren los sacrificios que han de sufrir los pastores por mantener ese modo de vida tradicional, tan lejano a la cómoda vida de las ciudades.
  El progreso también busca fuentes de energía alternativas como la energía hidroléctrica y los recursos minerales. En el Plan Rector de Uso y Gestión del Parque se plantean soluciones a los tendidos eléctricos y, por suerte, la minería en los Picos es ya testimonial, es ya un patrimonio que se pretende conservar en parte, en la medida en que no afecte a la conservación del entorno. Una actividad que ha permitido la comunicación de pueblos como Tresviso, pero que ha dejado el dudoso legado de la carretera de los Lagos, una vía -dicen- irrenunciable, de entrada en la montaña que carece de justificación. Un motor de la economía que reclama Cangas de Onís, al igual que Liébana hace lo propio con su teleférico, pero que cercena las posibilidades de crecimiento de los concejos y provincias limítrofes y que se ve beneficiado por el régimen de monopolio que, de hecho, acarrea la declaración del Parque Nacional, al imposibilitar un modelo equitativo de explotación en esos concejos y provincias vecinos. Con el agravante de que Cangas de Onís, con Covadonga, y Liébana, con Santo Toribio (aparte de la riqueza cultural, paisajística y ganadera del valle), son los concejos de los Picos de Europa que más posibilidades tienen de progresar aunque se vayan viendo limitados progresivamente en aras de lograr un desarrollo sostenible y no especulativo de sus recursos. En definitiva esa es la finalidad de las subvenciones que aporta el Parque Nacional, atenuar en las haciendas locales la posible merma de ingresos derivada de las limitaciones que impone la conservación.

 
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