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Imágenes de una vida en la montaña (XXXIII)* |
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_Saliendo de Teleña por la carretera vuelve a disfrutarse de una imagen más solitaria de la capilla.
El duro asfalto es la idea que viene a la mente para regresar al punto de partida en Intriago. Pero, cerca de una par de casas alejadas unos metros de Teleña, una de ellas muy bien arreglada, pasea un vecino mayor de este pueblo. Cuenta que la pista de la parcelaria que allí nace coincide en parte con el antiguo camino que baja a orillas del curso bajo del río Umandi para llegar al Puente de Intriago.
Sin embargo, no era el más utilizado, daba un largo y no era útil cuando se tenía que bajar a la escuela. Recomienda el vecino de Teleña una pista que está a menos de quinientos metros. No se hace pesado este tramo de carretera, pasea casi lineal entre el linde de los prados y con mirada abierta a los rincones donde se ha visto planear al buitre.
En el giro de la carretera donde ésta acusa la bajada, nace la pista, entre los pretiles de la carretera, que se cuela entre los prados para escorarse, desbocada, hacia una vaguada de mancha forestal que alivia el sofoco de la tarde, cuando no templa la helada del rocío mañanero.
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_Reciben al caminante las primeras casas de Intriago, mientras corretean por las callejas los pollitos rebeldes de una paciente gallina.
Camino de la carretera se desciende por el trasfondo de Intriago, aquellos entresijos de los pueblos ocultos a quienes sólo van de paso. La Capilla de Santa Ana, con la caída de las primeras gotas de la tarde, habla por sus piedras de la historia de un pueblo que, igual que otras ermitas, acogió la escuela de Intriago y los niños de los pueblos cercanos.
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_Con la humedad del orbayo que riega los pastos y huertas de la Vega de Intriago y con el deterioro de la vieja torre que nos ha visto partir, se cierra un día más en la vida personal de un simple hombre que rompe su rutina con el sólo buscar el planeo de los buitres.
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