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Imágenes de una vida en la montaña (XXX)* |
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En el alto del Pontón, la niebla se seca con la claridad del sol. Todo apunta que se trata de otro frente metido en la vertiente cantábrica. Sin idea de dónde disfrutar del paseo, dejamos que sea el río quien nos guíe hacia los territorios de secano. Arroyos llegados de los distintos valles se unen en un curso troncal, tremendamente desfigurado por la mancha azul del embalse de Riaño. No recuperaremos el viejo curso, hasta saltar sobre el ceñido tope de hormigón del pantano. El arroyo perdido en las nieblas del Pontón, se ha vuelto río. Escapado de la cárcel pantanosa, acompaña nuestro suave descenso por la carretera de León. La conocía de otro tiempo, estrecha y con baches, cuando Riaño no era un mar de montaña, sino una confluencia de valles de pasto. Los niños de Villaviciosa venían todos los años a los campamentos de Sabero. No soy amigo de acampadas colectivas (y menos en las escuelas del pueblo), pero fui el día de visita el año en que participó mi hermana. Pasé tres o cuatro veces más por esta carretera. Pero, a parte de Sabero y Crémenes (por su panadería), pocos pueblos quedaron en mi memoria. A poco de dejar atrás el muro del pantano, a la entrada del primer pueblo, Carmen se fijó en la indicación de una calzada romana. Era la una, la niebla había desaparecido, por qué no parar. La flecha indicadora de la calzada está a la entrada del pueblo de Las Salas. Buscando un lugar donde apacar lo encontramos en la plaza de la iglesia.
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