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Rutas por los Picos de Europa

Collao Jermoso -parte IIª: Torre del Llaz- (Macizo Central)*

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Torre del LlazEn la montaña los descansos han de ser cortos; mas una vez conseguido el objetivo principal, nos echamos a la bartola.
  La idea de la Torre de la Palanca ya queda lejana. La Torre del Llaz (fotos miniatura y ampliación) es apetecible. Aunque, a veces, lo más próximo es lo más difícil.
  Por el fondo del valle empieza a entrar el frente de nubes. Hay que decidirse. Sólo son quince minutos. Muchos menos de los que tardaremos en arrancar.
  Foto ampliación: Torre del Llaz desde Collao Jermoso. El verde remarca la vira de acceso a la torre, bajo los contrafuertes de la Torre de Peñalba.
Collao JermosoCaminamos ligeros, las mochilas han quedado en el vivac. Apenas un poco de abrigo, por si acaso. Eso sí, conviene no olvidar las cámaras.
  El Collao Jermoso forma una silla de pradera que cuelga los estribos sobre el Argayo Congosto y, del otro lado, sobre un embudo que se precipita en un canalón cegado, argayando sus rocas contra las Traviesas de Congosto. Este recogido cuenco se empotra contra las paredes de la Torre del Llaz, que embocan el pasto hacia el abismo.
  La senda de la Torre del Llaz, busca la falda de la ingente Torre Peñalba. Siguiendo la línea de la collada, una vereda va desplazándose hacia la izquierda (foto miniatura, con la Torre del Collao Jermoso empastada con la catedral del Friero).
  El sendero, muy pisado, emboca la vira de entrada (foto ampliación). La niebla juega con la montaña, resaltando sus accidentes: vira, cresta de entrada y trepada a la torre.
Las ColladinasConfiamos en el guiño de los elementos. La niebla es juguetona y traviesa como un niño. Nosotros somos viejos marineros y tratamos de engañarla. Mientras juega con nosotros, aprovechamos sus descuidos para mirar a nuestra espalda.
  Estamos subiendo a la torre, y nuestra vista va pensando en el camino del día siguiente. Parecen guapas las Colladinas (foto miniatura), desde ellas podremos disfrutar de una magnífica vista del Collao Jermoso.
  O quizás estemos pensando en el vivac. Vista desde aquí, la Torre del Collao Jermoso casi tiene la apariencia de tal, de un verdadera torre (foto ampliación).
Camino de los CaínosLa vira por la que subimos a coger la cresta de la Torre del Llaz (foto miniatura), tiene algún tramo estrecho, aunque apenas llegue al primer grado. No por ello debemos perder la atención.
  Fijándonos en los recovecos descubrimos un covacho, protegido con un murete de piedra, donde podríamos resguardarnos en caso de mal tiempo (vivac cavernícola con abundancia de ortigas).
  Un sendero de tierra, remonta por toda la vira. Parece hecho ex profeso para acercarse a la torre. Sin embargo, tiene una historia más antigua.
  La vira alcanza una collada, punto de inicio de la cresta de la Torre del Llaz, abierta a los abismos del Argayo de Nuestra Señora.
  El sendero no finaliza, dobla la collada. Sin sentido, emprende una travesía por una ladera rota de gravera, plano inclinado colgado sobre un vacío sin fin. ¿Un sendero de rebecos? No creo, pues estos ágiles animales saltan por los riscos de Peñalba, tirando bloques de piedra a quienes pasan por el sendero. ¿Mirador a los hielos del Pamparroso? Por su belleza puede ser.
  La verdad es que se trata del camino de Los Caínos, que recorrían los cainejos para enlazar este pueblo con su lugar de trabajo, las minas de Liordes.
  Un tramo del sendero lo vemos en la foto ampliación, al otro lado de las nubes. El paso devolaba por la muezca que interrumpe el corte de la Torre del Medio, en los batientes del mar de nubes.
  También se pasaba, indistintamente, por la horcada intermedia entre la Torre del Medio y la Torre del Hoyo La Llera (desde la que se puede coronar aquella torre).
  La aproximación a la Torre del Medio (IIº) puede hacerse, bien por el Argayo Mermejo, o bien por la Canal de Moeño, por donde bajaban o subían los cainejos.
Torre del LlazSaltamos del Camino de Los Caínos a la cresta de la Torre del Llaz. La niebla quiere jugar con nosotros, mas es el aprendiz de fotógrafo quien juega con ella (foto ampliación).
  El flujo de la marea ha engullido la Torre del Medio. Pugna contra la Torre del Hoyo la Llera, pero ve inalcanzable la Torre de La Celada (de acceso laberíntico por las vertientes del Pamparroso, de esbelta aguja por la cara de Moeño y de accesible entrada por la cimera de la Torre de La Palanca -IIº-).
  La Torre del Llaz, pasada la fácil cresta de entrada, sólo presenta una tumbada laja de llambria con abuntantes presas y apoyos.
  Tiene forma de proa de barco sobre los mundos de los argayos, aunque, de cima escalonada, no permite tocar el mástil de la sublimación.
  Nos sentamos a mirar el comedor donde tenemos preparada la mesa. Antes de ir a la cama, pasearemos, con los últimos rayos del sol por los cantos de la Torre del Collao Jermoso (Foto miniatura).
Torre del LlazUna penúltima foto, pues las tripas nos reclaman por la larga jornada.
  Decía un amigo que no hay una última, sino siempre una penúltima. Sí señor, todavía nos queda una penúltima foto y una penúltima historia (foto ampliación).
  ¿Qué es aquéllo que apacere dibujado en la niebla? ¿Una figura fantasmagórica? ¿Una ilusión? ´Yo presté poca atención a tan notable fenómeno y me alegré cuando desapareció, porque distraía nuestra atención. En circunstancias ordinarias hubiera lamentado después no haberlo observado con más precisión un fenómeno tan maravilloso y raro. Puedo, pues, añadir muy poco a lo dicho. El sol estaba a nuestras espaldas y aquel arco de bruma quedaba opuesto al sol. Eran las seis y media de la tarde. Las formas, a la vez vaporosas y rotundas, de tonos neutros, se perfilaron gradualmente y desaparecieron de pronto. La neblina era poco densa y se disipó durante la tarde´. Estas líneas no son mías, sino de una nota a pie de página de E. Whymper, en su libro ´La escalada del Cervino´.
  ¿Qué estaba viendo E. Whymper? ¿Dónde? ¿En qué época? ¿En qué circunstancias?

Un año más, y Edward Whymper volvía a intentar la conquista del Cervino. No se trataba simplemente de una de las montañas más hermosas del mundo, sino la montaña imposible de los Alpes.
  E. Whymper quería contar con el apoyo de ´su amigo´, con quien había compartido anteriores intentos a este coloso, Jean-Antonie Carrel. Pero estaba comprometido con unos clientes.
  Poco había de compromiso. Se trataba de un engaño para entrar antes en la montaña.
  Tras darse cuenta de la maniobra, E. Whymper se dirigió a Zermatt (Suiza). Otra cordada planeaba el ascenso por esta vertiente del Cervino. Lo más acertado era unir los esfuerzos.
  El 13 de Julio de 1865, dos días después que la cordada de Carrel (que había salido de Valtournanche -Italia-), un grupo de ocho hombres se apuntaban a la carrera por la conquista del Cervino: Croz, Peter el Viejo y sus dos hijos (los Taugwalder), Lord F. Douglas, Hadow, Hudson y E. Whymper.
  Ese mismo día preparan el vivac en la arista, mientras los exploradores reconocen la arista. La noticias eran buenas. El terreno era fácil. Hubieran podido hacer cumbre y estar de regreso el mismo día, según las previsiones facilitadas por los guías.
  El día 14 los dos jóvenes Taugwalder habrían cumplido su tarea de porteadores. Uno de los hermanos regresó al pueblo, pero, el otro, Peter el Joven, fue incluido en el grupo que trataba de vencer al Cervino.
  Fueron superando todos los pasos. La cumbre estaba casi vencida. Mas, ¿habrían llegado antes que Carrel?
  En la primera cima no se veían pisadas. Corrieron a la otra punta. Mirando a la arista italiana, percibieron unos puntos que subían. Los llamaron. Para hacerse oír, tiraron piedras pared abajo. Estaba confirmado, les habían oído. Carrel y su grupo, se retiraron. Habían perdido.
  E. Whymper y sus compañeros plantaron la bandera, visible desde el valle. Con la conquista del Cervino se daba por terminada la etapa de oro del alpinismo.
Vencida la hermosa montaña, se iniciaba el descenso. Todos, encordados con las cuerdas de cáñamo, destrepaban con sumo cuidado. Nadie se movía, hasta que no estuviera asegurado el siguiente.
  Pero, a veces, no hay batalla sin víctimas. Uno de los guías resbaló sobre el primero de la cordada, tirándolo hacia el vacío. El tirón de la cuerda sorprendió a otros dos compañeros, que también se vieron empujados al abismo.
  E. Whymper y los dos Taugwalder (Peter el Viejo y Peter el Joven) no fueron arrancados de la montaña. La cuerda no resistió. Con un corte seco, se partió en dos. Los cuatro desafortunados se despeñaban sobre el glaciar; mientras E. Whymper y los pobres lugareños, quedaban atenazados con el otro trozo de la cuerda.
  El éxito se convirtió en tragedia. Aún quedaban tres montañeros en lo alto de la montaña, solos en la vertiente suiza del Cervino. Apesadumbrados y temerosos reiniciaron la bajada.
´Y he aquí que entonces un extraordinario fenómeno apareció, en lo alto del cielo, sobre el Lykamm. Pálida, silente, incolora, pero clara y perfectamente definida, excepto allí donde se perdía entre las nubes, aquella aparición era como una cosa ultraterrena y de otro mundo. Luego, casi pasmados, vimos con indecible asombro cómo dentro del arco de bruma se formaban gradualmente dos enormes cruces, una a cada lado. Si los Taugwalder no hubiesen sido los primeros en ver aquello, yo hubiera dudado de mis sentidos. Ellos creyeron que tenía alguna relación con el accidente, y yo, tras un rato, pensé que debía tener relación con nosotros mismos. Pero nuestros movimientos no influían en la contestura de la visión. La forma, increíble y espectral, permanecía inmóvil. Era algo maravilloso y terrible, único en mi experiencia y mucho más impresionante de cuanto pueda decirse, por el momento en que sobrevenía´ (´La escalada del Cervino´, de Edward Whymper).
Espectro de Broken: No iba descaminado E. Whymper sobre el curioso fenómeno. Creía que tenía relación, más con ellos, que con el accidente. Sin embargo, las cruces no parecían seguir los movimientos de los montañeros.
  Si nos fijamos en la foto ampliada, en la que se ve el espectro de Broken, esta impresión, no era del todo cierta.
  El fenómeno no se mueve de un lado para el otro; pero sí puede jugar con la posición de los brazos. Uno de los fantamas de la alucinación levanta uno de los brazos.
  ¿Serían cruces las que vieron los últimos supervivientes del Cervino, o eran sus brazos en cruz, o tal vez sus piolets atravesados en la seta de la mochila?
ESPECTRO DE BROKEN
¿No recordamos cuando jugábamos a hacer sombras chinescas?
  Poníamos las manos delante de una fuente de luz (una bombilla o un flexo). La sombra de las manos se proyectaba en la pared, formando bonitas figuras.
  El espectro de Broken no es más que ese juego de niños, visto a nivel estelar. Debe su nombre al Pico Broken, en los Montes Harz de Alemania.
  Para jugar en este juego, deberemos tener los elementos necesarios: nuestro cuerpo, un foco de luz y una pantalla.
  Nuestro cuerpo se situará, con preferencia, en una cresta o en un canto de la montaña. El foco de luz proyectará nuestra sombra sobre la pantalla que, por estar lejana, nos hará una piernas desorbitadamente largas.
  ¿De dónde sacamos la fuente de luz? ¿Qué tal del astro que ilumina nuestro sistema solar? En efecto, el mismo sol nos vale para calentarnos y para jugar con él (sobre todo, en este caso, en las horas primeras y últimas del día, en que sus rayos dan más oblicuamente).
  Ahora necesitamos la pantalla. ¿Y si aprovechamos la niebla que entra y sale por las acanaladuras? En efecto, el espectro de Broken no es más que una sombra chinesca proyectada en la niebla.
La sombras chinescas no dejan de ser un experimento casero; es decir, una vulgar imitación de la naturaleza. Como tales, carecen de la belleza de lo que tratan de representar.
  La pared de casa no es comparable con la húmeda niebla. Precisamente es la humedad de la misma, su propia esencia, la que da mayor relieve al efecto luminoso.
  El espectro solar de Broken se enmarca en la aureola de color que compungió a los Taugwalder. Cada una de las siete radiaciones en que se descompone la luz blanca del sol al atravesar un prisma óptico, se confabularon con los pobres montañeses para confundir sus sentidos. No eran cruces por los compañeros muertos, encerradas en una cápsula de color; sino su propia sombra, reflejada por el sol en una pantalla de niebla, en la que se descompone la luz del sol en los siete colores del arco iris (en cuyos extremos, dicen, se esconde un tesoro infinito: la belleza, de mayor valor que todo el oro del mundo).

 
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